Era tan simple lo que quería: pan, abundante y sano, con una rebanada firme y una buena corteza.
Alain Coumont aprendió sobre el pan desde niño, se subía a una silla y observaba a su abuela hacer pan cada domingo. Cuando era un joven chef en Bruselas, Alain no lograba encontrar el pan adecuado para su restaurante.
Apasionado por la calidad, volvió a sus raíces y abrió una pequeña panadería donde podía amasar harina, sal y agua y convertirlo en las rebanadas rústicas de pan de su niñez.
“Le Pain Quotidien» fue el nombre que le puso a su panadería.