1475, Arintero. Había pasado apenas un mes desde la muerte de Enrique IV cuando, un domingo de enero, los hombres fueron llamados a la guerra. El trono se disputaba entre su única hija y los que serían en los reyes católicos, Isabel y Fernando, y las tierras de Castilla se convirtieron en el campo de batalla que cambiaría para siempre el destino del reino.
Aquel domingo, cuando el conde de Arintero recibió la noticia, su salud ya no le permitía luchar. Sin embargo, una de sus hijas, la joven Juana, decidió representar a su familia en la batalla y embarcarse en