Yo tenía una buena vida, pero no todo eran flores de colores. En diciembre de 2020 choco de frente con el enemigo, covid19, y la UCI del Hospital Clínic de Barcelona ha sido el escenario onírico de viajes de ida y vuelta entre la vida y la muerte. He aprendido de qué va un coma inducido, el caos de los sueños, los viajes al más allá, los meses en silla de ruedas, aprender de nuevo a caminar, a peinarme, a calzarme, a abrir un botellín de agua… He aprendido también lo fundamental que es pedir ayuda.
La sigo teniendo, la buena vida, gracias al destino, a la cortisona y a una extraordinaria compañera de vida, la suerte.
Este es un relato para que no se me olviden detalles como la humildad, la dedicación, el amor y la cara amable de la muerte, esa que yo he visto. Solo cuando estamos lejos del final de los días somos capaces de decir “no temo a la muerte, solo a su antesala”. Pero tenerla ahí delante por un hecho fortuito, verla tendida entre tus sábanas sin haberla invitado… Esa ya es otra cuestión.
