BARCELONAUTES / INGRID FRIZBERG, CONCHITA WURTS – «VIENA SPHERE»

Es de mirada profunda y carcajada sana, como si el juego de dualidades fuera siempre un poco más allá. La provocación y el chasco, los dos en uno siempre con ánimo de divertir, porque eso es lo que busca Conchita Wurst, vencedora en Eurovisión el año pasado con Rise like a Phoenix y protagonista esta misma tarde de la fiesta que la oficina de Turismo de Viena organiza en el Moll de la Fusta, Allí, en la ViennaSphere, y para celebrar los 150 años de la Ringstrasse, cantará unos temas de ahora que nada tienen que ver con Sonrisas y lágrimas, como si la dualidad de la protagonista se extendiera también a la eterna ciudad del vals.

A Conchita, cuando se levanta por la mañana, quien la mira desde el espejo es Thomas, Tom, su otro yo, o su propiamente yo. ¿Cómo es ese Tom? «Delgado y sin un ápice de maquillaje, pero no voy a darle más pistas, es mi parte privada, la que no quiero enseñar», dice protegiendo al héroe de la casa. Luego empieza la transformación, peluca, pestañas y uñas postizas y poco más, que el trasero es suyo de origen.

Tiene una silueta tan elegante como etérea, un ademán sofisticado y frágil que puede estar ensayado una o mil veces, siempre en estado de alerta para que no se abra grieta alguna. Conchita cuida el detalle que Tom le pide y controla desde la otra parte del mismo cuerpo y cerebro. Se puso Conchita porque quería un nombre de latina sexy y se lo aconsejó un amigo cubano. «Luego me enteré de que en Sudamérica significa también otra cosa». Y pone cara de no importarle demasiado. Como el apellido, Wurst (salchicha literalmente) una expresión que se utiliza para señalar que algo no importa nada.

Tom y Conchita son «una balanza equilibrada, Tom la parte oculta que va al estudio a grabar, Conchita la que sube al escenario, y habla en las entrevistas».